Por Carlo Orellano Quijano
Hace pocos días, Milagros Jáuregui, congresista por el partido Renovación Popular, celebraba el retiro de la palabra “género” de los documentos oficiales y la decisión de que la educación sexual integral (ESI) en el Perú fuese sometida a una vigilancia “científica” por parte de los jefes de familia. Sin mayores reparos, y, al parecer, sin tomar en cuenta la laicidad del Estado, aseguró que esta era una victoria “para todos los cristianos” y que implicaba volver a un idílico momento en el cual la “ideología de género” aún no había permeado las instituciones y las escuelas. Son muchas las aristas desde las cuales podríamos analizar lo sucedido; en este escrito, se ofrecerán claves para reflexionar en torno a ello y a una palabra estrechamente vinculada con el género: “derechos”.
Puede que estemos familiarizados (y familiarizadas) a hablar del derecho de los padres a educar a sus hijos. Muchas personas se aferran a esta idea para señalar que la implementación del enfoque de género o de la ESI en el currículo nacional vulnera los derechos de los padres y madres, a quienes, a fin de cuentas, correspondería elegir qué valores transmitir a los menores a su cargo. Podríamos incluso exprimir más el argumento y mencionar el interés superior de niños, niñas y adolescentes (NNA): exponerlos a cuestiones ideológicas en lugar de educarlos en la “verdad” o la “ciencia” iría en contra de los derechos que ellos mismos poseen. Todo niño o adolescente, después de todo, tiene derecho a que no se le adoctrine con fines políticos que sirvan a una determinada agenda. Hay aquí, pues, un segundo punto sobre el que cabe hacer hincapié: la cuestión del adoctrinamiento. Analicemos las implicancias de esta.
No es inusual que se tilde al feminismo, al movimiento LGBT o a otras iniciativas ciudadanas vinculadas a la diversidad, como corrientes que buscan imponer su “ideología”. El término ideología, vale señalar, no es unívoco; por el contrario, se usa en diversos escenarios y con diferentes propósitos. En algunos casos, “ideología” se emplea como sinónimo de “idiosincrasia” o “conjunto de creencias”, sin ninguna suerte de juicio valorativo. Si entendemos el término de esta manera, no tendríamos problema en admitir que los grupos mencionados ponen sobre el debate público elementos propios de las creencias que, como todo ser humano, poseen y defienden. El problema surge cuando “ideología” se emplea en el sentido de “doctrina que distorsiona la realidad” o “idea equivocada acerca del mundo”. Entendida de esta forma, son nuevamente dos, entonces, los elementos que tendríamos que resaltar: primero, el presupuesto de que hay una “verdad” acerca del mundo que nos es revelada neutralmente a través de la ciencia y, en segundo lugar, la creencia de que hay quienes se alinean con dicha verdad y, por ende, tienen la razón sin lugar a discusión. Cada uno de estos puntos entraña sus propios peligros.
En cuanto al asunto de la “verdad”, cabría hacer énfasis en cómo el hecho de tomar algo como “natural” cierra automáticamente el posible debate al respecto. Como diría Aristóteles, a nadie se le ocurre deliberar sobre la suma de dos números: dos más dos es igual a cuatro, al margen del país en que nos encontremos o de la postura política por la cual nos decantemos. No deliberamos, dialogamos o llegamos a un consenso respecto a lo que no puede ser de otra manera; así, si asumimos que hay una “verdad” referente a nuestros cuerpos, como podría serlo la idea de que los órganos sexuales están hechos para y únicamente para la reproducción, no tendría sentido que llegue una persona a tratar de convencernos de lo contrario. La reproducción de la especie como finalidad de los genitales y del acto sexual sería tan invariable como el que los triángulos tengan tres lados o que la fuerza de gravedad en la Tierra fuese de 9.8 m/s2. ¿Es, entonces, la heterosexualidad algo natural y fijo como las leyes de la matemática o de la naturaleza?
Tomar algo como natural, como se puede entrever, cierra la posibilidad de la acción política, lo que conlleva el gran inconveniente de ignorar casos que sí podrían ser debatidos. La naturalización de la heterosexualidad, por ejemplo, no es meramente la constatación de un hecho: incluye la construcción histórica y social que ve en esta orientación sexual el paradigma de lo que es adecuado o “normal”. Sin embargo, lejos de ser un factum o un postulado científico neutro, la heterosexualidad ensalzada de esta manera pasa a ser no menos que un régimen político (Wittig, 2024). Esto quiere decir que el asumir que una persona es heterosexual por default y pensar que lo “normal” es que a NNA se les muestren escenas de besos, afectos e incluso sexo heterosexual sin que uno se escandalice, cosa contraria a cuando los protagonistas de dichas escenas son personas del mismo sexo, comporta ya de por sí un carácter ideológico.
La heterosexualidad obligatoria, o “heteronormatividad”, es tan ideológica y artificial como lo es el enfoque de género. Como diría Paul B. Preciado (2022), en este tema no se trata de enfrentar la verdad a la mentira, sino de reconocer que vivimos en un “carnaval de ficciones” entre las cuales tenemos la oportunidad de escoger las que menos exclusión y menos dolor psíquico pudiesen ocasionar. No se trata de distinguir cuáles son las doctrinas que presuntamente se busca imponer a NNA, sino de tomar conciencia de que, al no hablarles de sexo o al hacerlo desde una mirada centrada en el coito heterosexual y en la reducción de la sexualidad a la reproducción, ya estamos sometiéndolos a un adoctrinamiento. Aunque personas como la ya mencionada congresista y probablemente muchas otras se apoyen en la autoridad de la Biblia o, peor aún, de la ciencia para justificar la exclusión de homosexuales, bisexuales y personas transgénero de las políticas públicas, su acción no deja de estar guiada por una convicción particular y no por una especie de verdad que tendría, paradójicamente, que imponerse para resguardar una anhelada “normalidad”.
Lo escrito al final del párrafo anterior bien podría reconducirnos al primero de los problemas identificados: los derechos de NNA. Cabe preguntarnos si es que estas personas menores edad “pertenecen” a sus padres y madres, y cuál es el límite de la autoridad que estos pudiesen tener legítimamente sobre aquellos. En tanto que es deber del Estado velar por la libertad de conciencia de todos sus ciudadanos y ciudadanas, NNA deberían igualmente tener libertad para ejercer su ciudadanía y, en ese sentido, ser portadores de derechos básicos como lo son la ESI o los métodos anticonceptivos (Díaz, 2018). Además, dado que los NNA pasarán a ser ciudadanos en pleno derecho, las decisiones y acciones que tomarán incluirán la interacción con otras personas, las cuales, muy probablemente, no compartirán con ellos las mismas convicciones o la misma cosmovisión. Esto hace que toda ideología que les inculque intolerancia ante la diversidad trascienda el espacio privado, por cuanto se concretará en discriminación y, en el peor de los casos, en violencia y en crímenes de odio. La educación de los menores no solo atañe a los padres, sino también a la sociedad en su conjunto, debido a que es gracias a ella que los futuros adultos tendrán la oportunidad de decidir ejercer intolerancia, discriminación y opresión, o, si reciben la orientación adecuada, escuchar, empatizar y autocuestionarse.
Como vemos, el problema del enfoque de género y de la ESI dista de ser simple. Es un punto clave para el ejercicio de una ciudadanía respetuosa de todas las personas e implica también cuestionar nuestros sentidos comunes. Antes que demonizar este cuestionamiento, no obstante, tendríamos que discernir hasta qué punto no es propio de la sana convivencia en sociedad el detenernos a hacernos preguntas y dejar de asumir que todos compartimos las mismas ideas y los mismos valores. Esto es, pues, lo esperable cuando dejamos de naturalizar o de tomar por dogmas ciertas posturas y, más bien, nos abrimos al ejercicio dialógico que constituye uno de los elementos clave de la política, y es precisamente esto lo que nuestros hijos e hijas tendrían que estar aprendiendo en la escuela. ¿No deseamos, acaso, que ellos se formen como personas capaces de escuchar, dialogar y ponerse en los zapatos del otro antes que convertirse en pequeños tiranos?
*Imagen de este post: La República
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Díaz, A. (2018). Laicidad y educación sexual. Ciudad de México: UNAM.
Preciado, P. B. (2022). Dysphoria mundi. El sonido del mundo derrumbándose. Barcelona: Anagrama.
Wittig, M. (2024). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Barcelona: Paidós.
